20 mayo 2012

Zuheros-Cañón del río Bailón. 20 Mayo 2012


Crónica de la ruta:

En esta ocasión nos hemos trasladado a la Subbética cordobesa para realizar nuestra ruta mensual y hemos llegado al blanquísimo pueblo de Zuheros, encaramado con su castillo en las estribaciones de estas sierras, pero que despliega tras de sí un conjunto de cerros que se elevan casi 600 m. más. El autobús nos subió hasta el mirador de la Atalaya, lo que nos evitó comenzar el recorrido por la carretera asfaltada que comunica la localidad con la famosísima Cueva de los Murciélagos, también merecedora de una detenida visita, que aplazamos para una posterior ocasión.

Este mirador es un impresionante observatorio sobre el precioso pueblo de Zuheros, sobre la” vía verde del aceite”, que transcurre entre la campiña cuajada de olivos, y sobre el cañón del río Bailón y los profundos tajos que ha ido labrando a lo largo de los siglos. Cuando las cámaras fotográficas suplicaban un descanso en el intenso trabajo al que las sometimos, pretendiendo recoger en ellas las sensaciones que la visión de este entorno nos proporcionaba, empezamos a andar por la carretera unos 500 m., tras los cuales tomamos un sendero que nos introdujo entre unos antiguos campos de cultivo, ahora abandonados, que ofrecen un sombreado discurrir entre antiquísimos almendros y olivos; unos metros más adelante, el paisaje vuelve a ofrecernos la espectacular visión del cañón y algunas de cuevas cavadas por las aguas del río Bailón, como la cueva del Fraile. El camino desciende entre encinas, hiniestas y majuelos en plena floración hasta llegar al río, que no lleva caudal, pero que permite que el camino discurra junto a zarzas, juncos, fresnos, gayombas (retamas de olor) y más hiniestas y majuelos. La fuente de la Mora, con permanente caudal,  nos refresca y anima a continuar el camino, a ratos empedrado, que va ascendiendo ligeramente y rodeando el cerro del Bramadero, introduciéndonos en la tupida masa de encinas que lo cubre: pasamos por unos cortijos y huertas abandonados, con sus ruinas cercadas por altísimos chopos, enormes nogales y unos magníficos ejemplares de quejigos y encinas, tras los cuales se encuentra la fuente de la Fuenfría. Esta fuente, también de aguas permanentes, está rodeada de un enorme claro del bosque, en el que se adivina la presencia de antiguas huertas, ya que aún se pueden encontrar manzanos, perales, nogales, almendros y caquis.

Tras un breve descanso para beber agua y extasiarse con la contemplación del paisaje, continuamos la marcha, con un cielo que se ennegrecía por momentos, amenazando con descargar sobre nuestras cabezas una colmada manta de agua. Una ligera subida y llegamos a las ruinas de otro cortijo, el del Barranco, con unas enormes encinas, bajo cuyas ramas pudimos dar cuenta de la comida que llevábamos, generosamente compartida. Como el cielo aumentaba su amenaza de lluvia, no demoramos el tiempo dedicado a descanso y merienda y continuamos la ruta, ahora claramente descendente, para llegar al arroyo Canalejas, abandonar la pista y tomar un sendero que nos conduce, entre nuevos restos de cortijos, eras y almendros, hasta la confluencia de tres arroyuelos, precedida de una espectacular olmeda, que forma un magnífico bosque en galería. A partir de este lugar, el sendero se estrecha entre las rocas que bordean el lecho del arroyo hasta la confluencia con el río Bailón (aquí acabamos de bordear el cerro del Bramadero) y bajamos por el mismo camino que habíamos subido, acompañados ahora, y el resto del trayecto, por una persistente y continua lluvia (y, a ratos, de un simpático granizo). Después de pasar de nuevo por la fuente de la Mora, no abandonamos el sendero junto al río y continuamos por el cañón abierto por sus aguas a lo largo de milenios, impresionados por las enormes paredes de roca que han quedado a ambos lados del cauce, más las varias cuevas que la acción erosiva ha dejado en ellas. A la espectacular flora que en todo momento sigue el curso del río, se une una ruidosa bandada de grajillas, cuervos, chovas piquirrojas, cernícalos, aviones, golondrinas,… que nos acompañarán hasta un nuevo mirador natural sobre el pueblo y la naturaleza que lo rodea. El descenso por un camino empedrado nos permite alcanzar las calles del pueblo y buscar en sus cafeterías alivio de nuestras ropas empapadas y unos reconfortantes caldos calentitos, junto a sus correspondientes labores de pastelería: conseguidos ambos propósitos, buscamos el autobús que nos trajo de vuelta a casa, después de un magnífico y completo día de senderismo.
Manuel Mohedano
Ecologistas en Acción-Valle de Alcudia




















22 abril 2012

Ermita Virgen de la Vega (Torre de Juan Abad)-Castillo de Montizón-Villamanrique

Crónica de la ruta:

Comenzamos esta ruta, llena de recuerdos de Jorge Manrique y su obra, en la Ermita de la Virgen de la Vega, un hermoso edificio de origen templario (como señala la inscripción latina que hay en la base  de su bóveda, que añade que fue destruida en el año 1.310, lo que indica que ya existía anteriormente). En el interior nos llama la atención, además de su planta de cruz latina y su bóveda, una piedra de alabastro con extraños caracteres (¿árabe sufí?) que al parecer ha sido imposible descifrar; si a ello se le añade que no se sabe con certeza si se trata de una estela funeraria, una lápida de altar o una oración o poema, ya tenemos configurado el halo de misterio que rodea siempre a todo lo relacionado con los templarios.


También encontramos aquí la primera referencia a Jorge Manrique, pues según consta en los libros de visita de la Orden de Santiago, a la que después perteneció la ermita, el poeta y su esposa Dª Guiomar de Meneses donaron ropas y efectos personales para adornar la ermita, además de un retablo de Santiago y San Jorge, ya desaparecido.


La ruta sigue al arroyo de la Vega por su margen izquierda hasta llegar al molino de Frías, que en su completo derrumbe se permite mostrarnos aún las maquinarias con las que desarrollaba su trabajo, movidas por las aguas del propio arroyo, recogidas en un azud próximo a la ermita y que llegaban al molino en una conducción que parcialmente se conserva. Seguimos la ruta junto al arroyo, ahora por su margen derecha, hasta llegar a la carretera de Castellar, y al cruzarla, cambiamos de dirección para bordear unos cerros en los que se encuentra el Torreón de la Higuera y que permite adentrarnos en unos extensos campos de labor, en medio de los cuales nos encontramos con las Casas de la  Batanilla, lugar en el que enlazamos con la ruta de Don Quijote que nos lleva hasta el castillo de Montizón, situado sobre una gran roca y bordeado por el Río Guadalén, que le sirve de foso natural en su mayor parte. Aunque su construcción está muy alterada por las sucesivas conquistas, reconquistas y asedios, impresiona su mole sobre la masa rocosa del cerro y el río a sus pies: se encontraba cerrado y no pudimos visitar su interior, pero sí pudimos descansar ante su puerta y rememorar a Jorge Manrique (incluso nos atrevimos a leer su poema dedicado al castillo, recuperado vía internet) y su asedio y toma de la fortaleza en 1.467, en el curso de la guerra entre los partidarios de Isabel la Católica y los de Juana la Beltraneja; posteriormente fue nombrado comendador del castillo, iniciando obras de reforma y consolidación del mismo, en el que vivió con su esposa y escribió parte de su obra.


Recordando que por aquí pasaba la Vía Hercúlea de los romanos, uniendo Cádiz con Tarragona, y con Roma, nos ponemos de nuevo en ruta, cruzamos el cauce del Río Guadalén por un puente de reciente construcción, pero que ya ha sufrido la embestida de alguna crecida del caudal del río y recorremos algo más de la ruta de Don Quijote hasta llegar a un “descansadero”, en el que “descansamos” y damos cuenta de las viandas que llevamos, sobre todo con el ánimo de aligerar la mochila. El resto de la ruta transcurre entre continuos campos de olivos que nos llevan a Villamanrique (o Villa de los Manrique, la antigua Belmonte de la Sierra o Belmontejo), donde pudimos apreciar el aspecto exterior de la “Casa Grande”, supuesta vivienda de los Manrique, y varias de sus calles con antiguas casas de blasones medievales que dan idea del esplendor de esta población en épocas pasadas. La visita a la Iglesia de San Andrés ponía fin a un completo día de senderismo y cultura.
Manuel Mohedano
Ecologistas en Acción-Valle de Alcudia