Crónica
de la ruta:
En esta ocasión nos
hemos trasladado a la Subbética cordobesa para realizar nuestra ruta mensual y
hemos llegado al blanquísimo pueblo de Zuheros, encaramado con su castillo en
las estribaciones de estas sierras, pero que despliega tras de sí un conjunto
de cerros que se elevan casi 600
m . más. El autobús nos subió hasta el mirador de la
Atalaya, lo que nos evitó comenzar el recorrido por la carretera asfaltada que
comunica la localidad con la famosísima Cueva de los Murciélagos, también
merecedora de una detenida visita, que aplazamos para una posterior ocasión.
Este mirador es un
impresionante observatorio sobre el precioso pueblo de Zuheros, sobre la” vía
verde del aceite”, que transcurre entre la campiña cuajada de olivos, y sobre
el cañón del río Bailón y los profundos tajos que ha ido labrando a lo largo de
los siglos. Cuando las cámaras fotográficas suplicaban un descanso en el
intenso trabajo al que las sometimos, pretendiendo recoger en ellas las
sensaciones que la visión de este entorno nos proporcionaba, empezamos a andar
por la carretera unos 500 m .,
tras los cuales tomamos un sendero que nos introdujo entre unos antiguos campos
de cultivo, ahora abandonados, que ofrecen un sombreado discurrir entre
antiquísimos almendros y olivos; unos metros más adelante, el paisaje vuelve a
ofrecernos la espectacular visión del cañón y algunas de cuevas cavadas por las
aguas del río Bailón, como la cueva del Fraile. El camino desciende entre
encinas, hiniestas y majuelos en plena floración hasta llegar al río, que no
lleva caudal, pero que permite que el camino discurra junto a zarzas, juncos,
fresnos, gayombas (retamas de olor) y más hiniestas y majuelos. La fuente de la
Mora, con permanente caudal, nos
refresca y anima a continuar el camino, a ratos empedrado, que va ascendiendo
ligeramente y rodeando el cerro del Bramadero, introduciéndonos en la tupida
masa de encinas que lo cubre: pasamos por unos cortijos y huertas abandonados,
con sus ruinas cercadas por altísimos chopos, enormes nogales y unos magníficos
ejemplares de quejigos y encinas, tras los cuales se encuentra la fuente de la
Fuenfría. Esta fuente, también de aguas permanentes, está rodeada de un enorme
claro del bosque, en el que se adivina la presencia de antiguas huertas, ya que
aún se pueden encontrar manzanos, perales, nogales, almendros y caquis.
Tras un breve descanso
para beber agua y extasiarse con la contemplación del paisaje, continuamos la
marcha, con un cielo que se ennegrecía por momentos, amenazando con descargar
sobre nuestras cabezas una colmada manta de agua. Una ligera subida y llegamos
a las ruinas de otro cortijo, el del Barranco, con unas enormes encinas, bajo
cuyas ramas pudimos dar cuenta de la comida que llevábamos, generosamente
compartida. Como el cielo aumentaba su amenaza de lluvia, no demoramos el
tiempo dedicado a descanso y merienda y continuamos la ruta, ahora claramente
descendente, para llegar al arroyo Canalejas, abandonar la pista y tomar un
sendero que nos conduce, entre nuevos restos de cortijos, eras y almendros,
hasta la confluencia de tres arroyuelos, precedida de una espectacular olmeda,
que forma un magnífico bosque en galería. A partir de este lugar, el sendero se
estrecha entre las rocas que bordean el lecho del arroyo hasta la confluencia
con el río Bailón (aquí acabamos de bordear el cerro del Bramadero) y bajamos
por el mismo camino que habíamos subido, acompañados ahora, y el resto del
trayecto, por una persistente y continua lluvia (y, a ratos, de un simpático
granizo). Después de pasar de nuevo por la fuente de la Mora, no abandonamos el
sendero junto al río y continuamos por el cañón abierto por sus aguas a lo
largo de milenios, impresionados por las enormes paredes de roca que han
quedado a ambos lados del cauce, más las varias cuevas que la acción erosiva ha
dejado en ellas. A la espectacular flora que en todo momento sigue el curso del
río, se une una ruidosa bandada de grajillas, cuervos, chovas piquirrojas,
cernícalos, aviones, golondrinas,… que nos acompañarán hasta un nuevo mirador
natural sobre el pueblo y la naturaleza que lo rodea. El descenso por un camino
empedrado nos permite alcanzar las calles del pueblo y buscar en sus cafeterías
alivio de nuestras ropas empapadas y unos reconfortantes caldos calentitos,
junto a sus correspondientes labores de pastelería: conseguidos ambos
propósitos, buscamos el autobús que nos trajo de vuelta a casa, después de un
magnífico y completo día de senderismo.
Manuel Mohedano
Ecologistas en Acción-Valle de Alcudia
Ecologistas en Acción-Valle de Alcudia